Ayer, 4 de febrero, mientras celebrábamos el día mundial dedicado a la lucha contra el cáncer, por las extrañas paradojas de la vida también despedíamos a mi hermana Celia quien, después de casi cuatro largos años de lucha tenaz contra la terrible enfermedad, nos dejó dando muestras de cómo enfrentarse a ella hasta el último segundo, sin bajar nunca los brazos.
Mientras la despedíamos al partir para su último viaje, cuando como en los versos de su admirado Sabina utilizábamos las lágrimas que habíamos guardado para esta ocasión que merecía la pena, pensaba yo que lo mucho que se ha avanzado en esta lucha queda empequeñecido en comparación con lo que resta por hacer.
Y en estas reflexiones me vino a la mente algo que suelo preguntarme con frecuencia: ¿nos encontramos realmente, como nos aseguran, en la sociedad de la información y el conocimiento? En el primero de los casos, la información, la respuesta afirmativa es evidente, hasta el punto de que disponemos de ella con tanta abundancia que no somos capaces de digerirla toda, convirtiéndonos en lo que denomino info obesos.
Pero no sucede igual en el segundo; como la sociedad del conocimiento debe basarse en el saber y la experiencia, es indudable que, si bien ambos han aumentado considerablemente impulsados entre otras fuerzas por la amplia difusión y utilización de las tecnologías de la información y comunicaciones, tal avance puede considerarse escaso, causando incertidumbre y, como afirman algunos sociólogos, generando un mayor desconocimiento que nos aleja de la plena inmersión en la utópica sociedad del conocimiento.
En este caso concreto de la lucha contra el cáncer para alcanzar el adecuado nivel de conocimiento es preciso que en las diferentes políticas públicas se fomenten la investigación y la innovación como elementos prioritarios para que los avances de la Ciencia se conviertan en soluciones que beneficien directamente a los miembros de la sociedad y sirvan de elemento fundamental de progreso.
Nosotros, los miembros de ella, debemos también contribuir en la medida de nuestras posibilidades pidiendo, exigiendo, a nuestros gobernantes un mayor compromiso para que esta lucha no se reduzca a la adopción de medidas de prevención y tratamiento, sino que mediante un eficaz apoyo a la investigación sobre el cáncer y sus efectos se llegue a la implantación de soluciones innovadoras que ayuden a la detección, prevención, tratamiento y curación de la enfermedad.
Finalizo este post rindiendo un homenaje a todos aquellos que dedican tiempo y esfuerzos ayudando a paliar los efectos del cáncer en nuestra sociedad y a quienes, como Celia, cuando la enfermedad se fijó en ellos optaron por no rendirse y decidieron luchar y mantener la ilusión de que, incluso en las peores circunstancias, la vida merece la pena ser vivida, mostrándonos que, como indicaba Gandhi, la alegría está en la lucha, en el esfuerzo y en el sufrimiento que supone luchar y no en la propia victoria.
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