La trágica invasión de Ucrania por parte de Rusia ha incrementado la popularidad de términos como desinformación y noticias falsas (o fake news) que, difundidos rápidamente por los medios sociales, en especial por las redes y aplicaciones de mensajería de todo tipo, ya se habían hecho habituales durante la declaración de la pandemia provocada por la expansión de la enfermedad COVID-19.

Su utilización y amplia difusión, a lo que se unen otros factores como la viralidad, diversidad de formatos o la dificultad de identificar o conocer su origen, revelan una alarmante capacidad de causar serios problemas sociales e individuales demandando la necesidad de reconocerlos y diferenciarlos de otros como la información veraz y la errónea.

Esta exigencia se manifiesta por ejemplo en la recientemente aprobada Estrategia Nacional de Seguridad 2021 donde se precisa que las campañas de desinformación tienen clara repercusión en la Seguridad Nacional y deben diferenciarse de otros factores como la información falsa (fake news) o la información errónea (misinformation).

La veracidad de esta afirmación se justifica al comprobar que con frecuencia términos como desinformación, misinformación, información falsa y fake news se utilizan como sinónimos, aunque expresen conceptos diferentes, con la consecuencia de que, conforme se incrementa en los medios sociales el volumen de información, cada vez es más difícil diferenciar la realidad de la ficción.

La desinformación, la información falsa, la propaganda maliciosa, etc., no son algo nuevo pues han existido a lo largo de la historia; sin embargo la aparición de Internet y especialmente la gran utilización de las plataformas y redes sociales, donde se puede conseguir una amplia difusión de información sin necesidad de grandes conocimientos o equipos sofisticados, provocan que la información falsa y las fake news circulen sin control alguno propagándose de forma significativa, como se evidencia en los mencionados casos de la COVID 19 y la invasión de Ucrania.

Aclarando conceptos; desinformación, misinformación, información maliciosa, fake news y deepfakes

El primer término a considerar, al ser el de más amplio alcance, es el de desinformación. De las múltiples definiciones que pueden encontrarse se deduce una característica común: la desinformación, información falsa o manipulada, es aquella que se crea y difunde de forma intencionada con el propósito de engañar para obtener beneficios propios o daños a personas, organizaciones, países o sociedades.

Por su parte la misinformacion o información errónea se trata también de información falsa pero no se crea ni se difunde con intención de engañar o causar daño.

Un tercer concepto es el de la información maliciosa (o malinformation) que es la que, basándose en la realidad, es decir es veraz, se difunde para infligir daño a una persona, grupo social, organización o país.

Completan este conjunto dos neologismos muy popularizados: fake news y deepfakes. Por noticias falsas, o fake news, se entiende aquellas que, siendo falsas, como indica su nombre, se difunden con la intención de engañar a su potencial audiencia. Su expansión se debe a su utilización por parte del anterior presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, en su campaña presidencial de 2016 calificando como fake news a los medios que publicaban información en su contra.

Sin embargo, a pesar de su creciente utilización no existe un consenso en cuanto a su definición hasta el punto de que organismos internacionales como la UNESCO o la Comisión, el Consejo, el Parlamento y el Servicio de Acción Exterior de la Unión Europea aconsejan utilizar en su lugar el de desinformación, término que incluye todo tipo información falsa o maliciosa.

También muchos profesionales de la comunicación se decantan por el término desinformación en contra del anglicismo fake news, argumentando que se trata de un oxímoron, es decir una figura retórica que consiste en combinar en una misma estructura sintáctica dos palabras o expresiones de significado opuesto, dado que, si las noticias son tal porque son reales, son hechos y se ha comprobado su veracidad ¿cómo pueden ser falsas?

Finalmente, las deepfakes, falsificaciones profundas o falsificaciones audiovisuales, son vídeos falsos, manipulados mediante algoritmos, herramientas o programas de inteligencia artificial, para reemplazar e intercambiar rostros y voz en imágenes con objeto de hacer creer a los usuarios que se trata de una determinada persona, anónima o personaje público, realizando declaraciones o acciones que no son reales, para generar confusión, desacreditar a alguien, etc.

Contribuyendo a aumentar este conglomerado de términos, en el curso de la mencionada pandemia de la COVID 19, la Organización Mundial de la Salud (OMS) introdujo un nuevo término, infodemia, caracterizado por la sobreabundancia de información, que incluye la propagación en tiempos de epidemia de informaciones falsas o erróneas por medios digitales que provocan confusión y pueden perjudicar la salud física y mental de las personas y estimular el incumplimiento de las medidas de salud pública poniendo en peligro la capacidad de los países para frenar la pandemia, polarizando el debate público y potenciando el riesgo de conflictos.

¿Cómo combatir la desinformación?

Episodios recientes, como la pandemia de la COVID 19 y la invasión rusa de Ucrania, confirman la evidencia de que las campañas de desinformación, cada día más sofisticadas, constituyen una grave amenaza para nuestras sociedades no solo por manipular a la opinión pública sino también, entre otros motivos, por contribuir a desprestigiar a las instituciones, erosionando la confianza en ellas, desacreditar a los medios, promover discursos de odio y ser vector de polarización.

En consecuencia se plantea el reto de combatirla con todos los medios disponibles, desafío que es tema actual de amplio debate en muchos países y organizaciones al tratar de encontrar las soluciones adecuadas sin atentar contra la libertad de expresión.

Algunos ejemplos; en la Unión Europea en el 2018 se estableció un Código de buenas prácticas al que podrían adherirse las plataformas, anunciantes y agentes clave, el cual se mejoró posteriormente con una serie de directrices, derivadas principalmente de las lecciones aprendidas durante la pandemia de la COVID 19.

Asimismo, ese mismo año la Comisión y el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) presentaron el Plan de Acción para la lucha contra la desinformación, donde se proponían un conjunto de medidas orientadas a las elecciones europeas a celebrar en el 2019 y a las nacionales y locales de diferentes Estados miembro que se llevarían a cabo en 2020.

En España en octubre de 2019 se publicó el Procedimiento de Actuación contra la Desinformación, aprobado con el Consejo de Seguridad Nacional, cuyo objetivo principal, en consonancia con el Plan de acción de la Unión Europea, es prevenir, detectar y responder a las campañas de desinformación, así como establecer una estructura gubernamental para la lucha contra ella.

En él se destaca el papel esencial a jugar por los medios de comunicación, las plataformas digitales, el mundo académico, el sector tecnológico, las organizaciones no gubernamentales y la sociedad en general, mediante acciones como la identificación y no contribución a su difusión, la promoción de actividades de concienciación y la formación o el desarrollo herramientas para evitar su propagación.

Pero la solución no pasa solamente por la adopción de medidas legislativas o normativas; como se apunta en el mencionado Procedimiento; es fundamental contar con la implicación colectiva de los actores clave: las empresas y plataformas digitales, los medios de comunicación e instituciones académicas y también los propios usuarios como consumidores y propagadores de la desinformación.

Las empresas y plataformas digitales, así como los medios de comunicación, deben asegurar su compromiso con las buenas prácticas e invertir, en su caso, e implementar herramientas para combatir la desinformación y mejorar la exigencia de veracidad y calidad de la información.

Las instituciones académicas y de formación deben considerar prioritario el desarrollo de habilidades para identificar informaciones falsas, en particular a los más jóvenes, fomentando el pensamiento crítico.

Finalmente los usuarios han de ser muy estrictos al evaluar la información que reciben y evitar la tendencia a contribuir a su difusión para lo que es necesario saber que no todo lo que se publica es verdad, que existen muchos sitios y procedimientos para propagar desinformaciones y, especialmente, ser capaces de distinguir entre la verdadera información y la falsa.

En algunos casos esto no parece algo complicado pues la manipulación es tan burda que es evidente que se trata de un bulo o una broma; pero desafortunadamente no siempre es así. Para facilitar la tarea de identificación a continuación propongo un decálogo de consejos seleccionados entre los recomendados por especialistas en comunicación y desinformación.

Con ellos podremos mejorar bastante nuestra capacidad de discriminar entre la información verdadera y la falsa; sin embargo, el consejo principal y fundamental es que, si hay dudas, o no estamos seguros, lo mejor es NO COMPARTIR.

La desinformación en su más amplio concepto, no solamente las fake news, constituye una grave amenaza social y también de seguridad colectiva, a la que es necesario hacer frente de forma compartida.

En la búsqueda de soluciones, el desafío para las sociedades democráticas radica, una vez más, en asegurar el equilibrio entre seguridad y libertad, en este caso de expresión.

Los ciudadanos también debemos implicarnos en esta responsabilidad común; como usuarios, consumidores y propagadores de información, hemos de estar preparados para poder reconocer la desinformación y erradicarla, persuadidos de que nuestra mejor aportación es: ¡NO DIFUNDIR!